30 Abr 2024

HISTORIA Y NOSTALGIAS

Por Oliverio Ramírez Juárez "El Poeta del Pueblo

La historia del joven Honorio. Un hombre para recordar

La clave de la inmortalidad es vivir primero una vida que merezca la pena recordar.

Bruce Lee

El pequeño Honorio apenas tenía cinco años cuando le arrebataron a su padre, así que fue su mamá, una mujer fuerte, inteligente y con mucho carácter quien se hizo cargo de él, de sus cuatro hermanas y de sus tres hermanos.

Desde temprana edad dio muestras de ser un niño muy inquieto, inteligente, curioso, ávido por vivir nuevas experiencias.

Cuando nació corría el año de 1933, así que le tocó vivir épocas que para muchos de nosotros sólo son parte de la historia.

El pueblo donde se desarrolla la historia de este niño se encuentra en la zona norte de Veracruz, hoy en día sigue verde y con mucha fauna, pero según contaba él mismo, cuando era niño, este lugar era aún más verde y plagado de muchas cosas que sin saberlo, llenaron su vida de abundancia.

Su vida estuvo repleta de historias, en esta ocasión sólo contaré algunas de ellas.

Cuando su padre murió, su mamá, la abuela Felícitas, decidió mudarse de aquella pequeña comunidad a un rancho cercano.

Ella contaba que en ese lugar tuvieron que empezar de cero, preparar la tierra con ayuda de los tres hermanos mayores Santiago, Epigmenio y Domingo, mientras las hermanas Regina, Eutimia y Damacia ayudaban en la casa a preparar la comida, a cuidar las gallinas y sobre todo, a administrar los pocos recursos con los que contaban.

María, la hermana menor, aún era muy pequeña, así que a ella en ese tiempo le tocó jugar y ver como su familia trabajaba arduamente para forjarse un patrimonio.

Al pequeño protagonista de esta historia, le tocó crecer en una época compleja, así que se vio en la necesidad de enfrentar diferentes desafíos que la vida le fue poniendo.

Haciendo algunos cálculos tal vez iniciaba la década de los 40’s. Para poder ir a la escuela primaria, su mamá le ponía como requisito ir a cortar chile piquín y llenar un recipiente que estaba destinado para ese propósito, así que tenía que levantarse muy temprano para ganarse el derecho de asistir a la escuela.

En ese tiempo, la primaria de la comunidad sólo contaba con los primeros cuatro grados, si los padres de algún niño deseaban que continuara sus estudios, debía enviarlo a estudiar a la ciudad.

El pequeño Honorio disfrutaba del estudio, le gustaba la historia, la geografía, el español y las matemáticas.

Aprendía rápido, así que empezó a distinguirse del resto de sus compañeros, esto no pasó desapercibido para sus maestros y uno de ellos, al descubrir el potencial del niño no dudó en ir a hablar con la abuela Felícitas para hacerle una propuesta.

- Señora Felícitas, su hijo tiene muchas capacidades, pero para que pueda desarrollarlas, necesita continuar sus estudios en Papantla, si usted lo permite, me lo llevaré a mi casa, vivirá conmigo y mi familia, allá seguirá aprendiendo -.

La abuela sin dudarlo le respondió al profesor que su hijo se quedaría donde estaba su mamá y que, si no tenían recursos para enviarlo a estudiar a la ciudad, entonces aprendería de otras fuentes, que tal vez los estudios le ayudarían, pero que era bajo su cuidado y el de su familia como se convertiría en un hombre de bien.

Así fue como el pequeño Honorio cursó sólo hasta cuarto de primaria, pero podía hacer cálculos mentales muy rápido y años después le gustaba poner en aprietos a sus hijas e hijos que estudiaban la secundaria o la preparatoria, al pedirles que realizaran sumas o multiplicaciones con cantidades grandes para comprobar los cálculos que él ya había realizado.

Le gustaba mucho escribir, su caligrafía era muy bonita, usaba letra cursiva (o manuscrita, como se le llamaba). Uno de los grandes tesoros que aún se resguarda en su casa es una libreta de pasta café en la que escribió varias de sus canciones favoritas.

Tonterías de Gilberto Urquiza, Ojos cafés de Carlos A. González, Voy gritando por la calle de Fernando Z. Maldonado y otras tantas canciones de los tríos de aquella época. La música fue una de sus pasiones y se convirtió también en uno de sus legados.

Pero volvamos a las aventuras con sus hermanos quienes, además de cuidarlo, de una u otra forma se convirtieron en sus maestros de vida.

En ese tiempo y en esa comunidad, en la que el trabajo del campo era la forma de ganarse la vida, era necesario convertirse en alguien fuerte y de preferencia, lo más rápido posible para poder ayudar en la economía de la casa. Pescar, era otra forma de llevar comida a la mesa, por eso otra habilidad imprescindible de los jóvenes de ese tiempo era saber nadar muy bien.

Un día, cuando se encontraba de pesca con sus hermanos, uno de ellos intentó alcanzar una escurridiza acamaya.

Como contexto, la acamaya es un crustáceo parecido al camarón pero de mayor tamaño, de hecho, como los arroyos y ríos de ese tiempo no habían sido saqueados, había peces, camarones y acamayas en abundancia, tanto que si pescaban alguno pequeño o de mediano tamaño, lo regresaban al agua.

Las acamayas viven en las orillas de los arroyos y se esconden en las cuevas que forma el movimiento del agua en la piedra caliza.

Ese día, su hermano que era de espalda muy ancha no pudo entrar a una de las cuevas a sacar una acamaya de gran tamaño, así que se le ocurrió pedirle al joven Honorio que era más delgado, que entrara a la cueva.

Éste sin dudarlo, como sabía que era un buen nadador y que aguantaba mucho la respiración bajo el agua, nadó hasta la cueva en la que se ocultaba aquel manjar, sin embargo, al intentar nadar hacia la superficie, una de sus manos y el pantalón que había sido convertido en traje de baño, se atoraron en las raíces de un árbol, después de varios intentos y temiendo que se le acabara el aire, el joven Honorio empezó a preocuparse seriamente.

Afuera, sus hermanos también empezaron a inquietarse al ver que pasaba el tiempo y que su hermano no aparecía. Entonces, el joven Honorio, armándose de valor, se impulsó con las dos piernas de la pared de la cueva y con todas sus fuerzas dio un fuerte jalón que lo liberó de las raíces y rompió sus ropas, pero afortunadamente, sólo fue un susto.

Al salir del agua, sus hermanos le gritaron que ya los había asustado y que no lo volviera a repetir.

Él entre júbilo y nerviosismo portaba en una de sus manos una gran acamaya que además de trofeo, le servía para demostrarle a sus hermanos que sí era capaz de pescar con ellos y más tarde, para demostrarle a la vida que no se rendiría fácilmente.

Fue pasando el tiempo y el rancho en el que vivía el joven Honorio, sus hermanas, sus hermanos y la abuela Felícitas, empezó a florecer.

La abuela decía que tenían tantas gallinas que llenaban varias cubetas con los huevos que ponían cada día y que las trojas se abrían de tanta mazorca que cosechaban.

Un desayuno típico en esa casa eran huevos de patio o unos camarones fritos, acompañados con frijoles recién cocidos y unas tortillas o gordas de maíz blanco, todo cosechado, criado o pescado por esta trabajadora familia.

Fue en este seno familiar que el joven Honorio poco a poco se convirtió en un gran hombre, la abuela no se equivocó, dicen que para ser un héroe hace falta sólo un momento, pero para ser un hombre de bien, hace falta una vida entera.

Al igual que sus hermanos que poco a poco se irían de la casa a buscar otras oportunidades o a vivir con sus respectivas parejas, el joven Honorio se enamoró de una hermosa y maravillosa mujer, la joven Hilaria, que, con su gracia y sus hermosos ojos cafés, lo conquistó desde la primera vez que la vio.

La historia de esta fabulosa mujer se las contaré en otra ocasión, ahora basta decir que juntos iniciaron un extraordinario viaje que continúan seguramente allá donde ahora se encuentran.

El 29 de abril del 2020, Don Honorio, trascendió de este mundo para continuar su viaje con su compañera de vida.

Han transcurrido cuatro años desde su partida y su familia, sus hijos y amigos cercanos, lo siguen recordando con cariño.

En la comunidad de “El Aguacate” se realizó su cabodeaño, para recordarlo y contar nuevamente algunas de sus historias, esas que siguen llenando el corazón de sus hijas e hijos y que los seguirán emocionando para continuar la vida como la abuela Felícitas, él y la hermosa Hilaria les enseñaron: trabajando, riendo y cantando siempre.

Un abrazo hasta el cielo papá.